Pesque, o suelte la carnada!

Un juez federal en Washington, D.C. le dijo inequívocamente a un fiscal que si no le entregaba todos los medios de prueba a los acusados para una cierta fecha, él los enviaría a todos de regreso a Colombia.

Ese fue, probablemente, el primer día feliz que estos acusados han tenido desde su arresto y extradición. Por primera vez vieron a un juez que actuaba como ellos se imaginaban que un juez debería actuar. El juez era Royce Lamberth, el juez presidente del Tribunal Federal de Distrito en Washington, D.C., un juez conocido por su sensatez, modo firme y eficiente, y por su justicia e imparcialidad con ambas partes. Estas cualidades se vieron expuestas en una audiencia que se celebró recientemente.

Y no fue que los acusados pensaran que él estaba a favor de los acusados. Los acusados no esperan que sea así. Sencillamente esperan jueces que sean justos e imparciales. El narcotráfico, la mayor parte de las veces, es algo en lo que personas decentes se encuentran atrapadas cuando sólo estaban tratando de ganarse un dinero fácil. Si se legalizaran las drogas mañana, estos acusados regresarían a sus antiguos empleos, si los tenían, vendiendo automóviles, trabajando como mecánicos, trabajando como meseros, o sencillamente ganándose la vida de alguna otra forma. No estarían robándose autos o asaltando bancos.

Los acusados tercermundistas siempre han sentido una admiración enorme por loes Estados Unidos y su sistema de justicia penal. Vienen aquí como creyentes. Pero muchos se quedan consternados, especialmente en Washington, D.C., cuando ven que el sistema se mueve con tanta lentitud. Creen que, pase lo que pase, lograrán una negociación para una declaración de culpabilidad o tendrán un juicio oral dentro de poco tiempo y se verán libres de esa pesadilla. Razonablemente creen esto porque para el momento en que ellos llegan a los Estados Unidos ya hace por lo menos un año que la causa había sido iniciada y opinan que los Estados Unidos han tenido ya suficiente tiempo para conseguir los medios de prueba. En los tribunales del Distrito de Colombia, nunca se tienen los medios de prueba por motivos que son un misterio. De modo que los acusados que han estado en la cárcel en sus países de origen durante más de un año se encuentran bajo la custodia de los Estados Unidos durante otros dos años mientras que los fiscales tratan desesperadamente de conseguir aplazamientos para obtener pruebas que debían de haber tenido desde hacía mucho tiempo, o, de otro modo, afirman que la causa es tan “compleja” que debe ser prorrogada indefinidamente. Créanme, no hay nada complejo sobre un caso de estupefacientes.

Entonces apareció el Juez Lamberth. ¡Qué sorpresa! Estos acusados desventurados, resignados a una demora más, se encontraron en una sala de audiencias en la cual el juez ya estaba harto, y así se lo comunicó al fiscal. ¡Qué sensación de catarsis tanto para los abogados como para los acusados! Finalmente, un juez que dijo las cosas como son.

En justicia, este no es un problema en todas las jurisdicciones. Los jueces en Nueva York no tolerarán estas demoras. Les dirán a los fiscales en los términos más civilizados que puedan que tienen hacer una decisión, y los fiscales no necesitan que se les aguijonee mucho. Ellos entregan puntualmente los medios de prueba y el proceso penal marcha adelante deliberadamente. Estos fiscales saben que los propios jueces exigen que ellos cumplan con las altas normas que tienen que cumplir. Si a los fiscales no se les ponen obstáculos, siempre se saldrán con tanto como un juez les permita.

De modo que cuando un juez no deja salir al fiscal del atolladero, esto es una reafirmación enorme para los acusados que siempre han creído en la excelencia del sistema de justicia penal de los Estados Unidos. El juez Lamberth no puso a nadie en libertad, y él no desestimó la causa, pero de modo inequívoco le comunicó al fiscal que lo mejor era que se decidiera: “Pesque, o suelte la carnada”.

Los acusados estaban eufóricos. Yo, como abogado, estaba inmensamente orgulloso.

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